LOS REALES ALCÁZARES
RECORRIDO POÉTICO PARA ESCOLARES
-Las poesías que se proponen están relacionadas con las paradas del recorrido principal. Pueden leerse en cualquier otra parada (a criterio del acompañante) e incluso reducirse el número de poemas, o de versos de cada poema.
-Se propone la entrega del cuestionario a todos los miembros del grupo, y de un poema por cada individuo (o pareja), que sólo leerá al resto en la parada correspondiente.
-El cuestionario es muy simple, pues la intención es sólo mantener la atención. Será entregado al acompañante tras la visita para su evaluación.
-Puede optarse por hacer el recorrido principal, el recorrido sólo con poesía o seleccionando de ambas propuestas.
A la derecha del patio
de la montería, donde está la placa.
1ª
PARADA
FÁBULA DEL NIÑO MUERTO
I
FÁBULA de mi niñez,
en blanco
patio!
¡Mi
candor, entre columnas!
¡El
cielo, en arcos!
¡Los
silencios de mi asombro!
¡Mares
de mármol!
¡Mi
sueño, entre flor y agua!
¡Rumores,
tallos!
¡Yo
debí morir de niño,
con
nueve años!
¡Cuando
mi pena era un ángel,
ajena
al llanto!
II
No vieron
que me moría.
Me
dejaron sobre el mármol.
Ya soy
de luz, de perfume.
Nadie
me busca en el patio.
Creen
que me fui por el cielo…
Vivo
en blancura de mármol.
En el
afán de la fuente,
por
ser temblor subterráneo.
En la
seda de los tiempos;
en un
silencio quebrado
por
campanas y latidos
de
madreselva o geranios.
¡Creen
que me fui por el cielo!
¡Nadie
me busca en el patio!
¡Qué
pena de ser perfume,
de
rumor, de luz, de llanto!
Los niños juegan y ríen.
Los
hombres pasan hablando.
¿Nadie
me ve?¿No me sienten?
¡Aquí, en el sol, en el ángulo
de los
rosales de olor,
mi
muerte de nueve años!
¡Cortadme,
llevadme adentro,
al
gabinete, a los cuartos!
¡Libertadme
de este cielo
de
columnas y de arcos!
¡Quiero
vivir!¿Por qué mueren
los niños de nueve años?
En los
coros de la gloria
Falta
un niño sevillano.
Está perdido en las
luces
finas
de los blancos patios.
III
Patio
de cal y de estrellas…
La luz
de paso.
Patio
de luz y de agua…
Rumor
temblando…
En
Sevilla, milenaria.
Columnas,
arcos.
Al
salir donde está la columna, y a la derecha.
En el
patio de la logia, y yendo hacia el patio renacentista.
En el patio de la
logia.
2ª
PARADA
JARDÍN ENAMORADO
ERA
aquí en el jardín. La misma hora.
Igual
hondo perfume entre los bojes
acusando
palpable en la mejilla
el
paso de la brisa como un roce.
Sobre
el silencio de la flor, un trino.
Y el
cristal derramado de la fuente,
que
funde en los olores de la tierra
el
silencio, la tarde, el aire verde.
Era
aquí en el jardín. Lejanos días
en los
que vive en éxtasis el alma
ajena
y sin cuidados para el mundo,
fiel a
su vida y gloria ya pasadas
Al salir del patio
renacentista, y hacia la columna de Almutamid; sentados en la escalinata.
3ª
PARADA KASIDA DEL REY ALMOTAMID
POR
barrios, torres, murallas…
Por
los huertos, por el río…
¡Estoy
cansado de luces!
¡Ebrio,
sin haber bebido!
Hay
una calle de angustias
que es
mi forzado camino.
Hay
una rara armonía
entre
el cielo y mis sentidos.
Hay
una mujer-¡engaños!-
en mi
impecable delirio.
En los
jardines, la sombra
condensa
un tibio latido
de
amor entre flor y nube
con
soledades de trino.
¿Qué
es la soledad? Tristeza
del
mundo inmutable, fijo,
hermoso
ante nuestros ojos
y
ajeno a nuestros suspiros.
¿Por
qué este sol de verano,
cálido de paraísos,
no se
torna oro en mi sangre,
no me
enciende en beso, en grito?
Yo
presiento el alma, el roce
del
instante fugitivo,
y en
su delicia se hunde
mi
corazón sin alivio.
¿Por
qué hay miradas que ahondan
los
fondos del turbio instinto?
¿Por
qué el amor nos destruye
en un
celeste exterminio?
¡Sevilla,
furor de sangre
con un
corazón de niño!
¡Sevilla,
temblor de muros
blancos
entre jardinillos!
En tu
profunda clausura
busco
silencio y abrigo.
Estoy
cansado…¡Dejadme!
Cansado
de amor, de vinos…
Dejad
perderse mis horas
ante
un jazmín..
¡Y el
olvido!
A la izquierda,
antes de bajar las escalinatas donde está la coliumna de
Almutamid.
Mirando el patio con
los naranjos de espaldera.
4ª PARADA
FECUNDIDAD
¡CUÁNTA vida en caricia
silenciosa
fluye
por estas venas vegetales,
cristal
con pulso, o sangre perfumada
en el
misterio de la flor que nace!
Una
fecundidad grávida y pura
-dulce
resumen del placer de amantes-
adormece
la sombra en los jardines
y
abruma, en su latido, nuestra sangre.
Perenne
gestación, ritmo materno
de
savias que trascalan densidades
para
encontrar la carne de delicia
que ha
de gloriarla en fruto por los aires.
Al girar hacia la
derecha, hacia el estanque. Sentados, dos poemas.
5ª
PARADA
JARDÍN ENAMORADO
ERA
aquí en el jardín. La misma hora.
Igual
hondo perfume entre los bojes
acusando
palpable en la mejilla
el
paso de la brisa como un roce.
Sobre
el silencio de la flor, un trino.
Y el
cristal derramado de la fuente,
que
funde en los olores de la tierra
el
silencio, la tarde, el aire verde.
Era
aquí en el jardín. Lejanos días
en los
que vive en éxtasis el alma
ajena
y sin cuidados para el mundo,
fiel a
su vida y gloria ya pasadas
6ª
PARADA
JARDÍN
No es
la fuente cuando corre
con
cielos de musgo y plata,
ni es
la brisa entre las hojas,
ni las
aves cuando cantan.
No es
la luz quebrada en oros
por el
encaje de ramas
sobre
la siesta profunda
del
arrayán y la malva.
No es
el temblor de los aires
al
roce puro del ala,
cuando
surcan por los cielos
mensajes
de plumas blancas.
Es
algo que está en la frente
o que
por los labios pasa
otorgándonos la dulce
presencia
de la esperanza.
Son
oros desvanecidos
sobre
yedras de murallas,
con un
tibio olor difuso
de
soledades y savias.
...Es
el jardín hecho tacto
sobre
los pulsos del alma
cuando
la luz de la tarde
brilla,
ya muerta, en el agua.
Siguiendo el
recorrido, en la siguiente glorieta.
7ª
PARADA
COPLAS
DEL VERANO
CUANDO
riegan las macetas
en
blanca pared,
la
cal, en venas de plata,
apaga
su sed.
Cuando
riegan los ladrillos
por el
corredor,
la
siesta da su perfume
de sueño y de flor.
Cuando
riegan los jardines
al
atardecer,
el
aire besa, profundo,
como
una mujer.
En cualquier sitio
8ª
PARADA
CANCIÓN DE HORMIGAS
UN
grano de trigo
Veinte
toneladas.
Con
una ramilla,
Comedor
y cama
Hormiga, hormiguero.
Temblor en el suelo.
La señora hormiga
Se va
de paseo.
A todo
el que encuentra
Su
abrazo y su beso.
Hormiga, hormiguero.
Temblor en el suelo.
Flores,
barro, paja
trigo,
leña, mieles.
Dentro
de una aguja
grandes
almacenes.
Hormiga, hormiguero.
¿Se volcó el tintero?
Pasaron
los hombres
gigantes
del cielo.
Cata,
cataclismo
por
los hormigueros.
Hormiga, hormiguita.
¿No tienes casita?
Donde está la glorieta con
palmeras.
9ª
PARADA
PALMERA,
AL ATARDECER
SOBRE
el vasto jardín que, coronado
de
ramas y de flores, resplandece,
línea en el viento, la
palmera crece
hacia
un cielo en azul empavonado.
Abre
en la cumbre de su esbelto tronco
la
gloria en rueda de las finas palmas.
unas,
al cielo, con anhelo de almas;
otras,
rendidas por el viento bronco.
Si el
sol se prende sobre las palmeras
- beso
final en la rendida tarde-,
sobre
el azul sereno en oros arde
la más trémula y blonda
cabellera.
Ya
palidecen hojas y cabellos
en los
umbrales de la noche fría.
Y una
estrella tenaz lucha y porfía
por
colgar en la palma sus cabellos.
En la glorieta con
palmeras y una estatua con forma de cubo.
10ª
PARADA SIESTA DE LA ALBAHACA Y EL
ADOLESCENTE
DICE LA ALBAHACA
ESTOY
desnuda y penando
sola
entre cuatro paredes.
En la
siesta del verano
duermen
hombres sin mujeres.
Desnuda,
verde y desnuda.
Déjame
llegar. No hables.
Agosto
pleno estaciona
lumbre
blanca por las calles.
(El patio en fresca penumbra.
Por el cénit de los toldos
penetra un filo de luz,
columna hirviente de oro.
Los enjambres del verano
zumban en las tejas altas
con rumor de sol batido
entre mieles y entre alas.)
De
amores, niño, me muero.
De
amores, que no de olor.
Estoy
desnuda y temblando
por
que me huelas, amor.
Dormirás entre cortinas
de
encaje y rumor de agua.
Los
ladrillos de tu alcoba
olerán a mejorana.
Te
dormirás con un beso
húmedo de soledades.
Seré
tuya. Flor de albahaca.
Fuego
y caricia en tu sangre.
DICE EL ADOLESCENTE
Esta
gran sed de mis pulsos
no me
la apacigua el agua,
que
hay una sed de la sangre
que no
sé cómo se calma.
Me
zumban contra las sienes
Voces,
pasos y miradas.
¿Cómo será esa mujer
que en
la siesta, lejos, canta?
Verano
de soledades
En que
el sueño se desangra
En un
anhelo confuso
De
caricia y flor mojada.
(Ya
ha pasado el velonero
de Lucena oro y flama,
tosco arcángel de reflejos
entre brillos y campanas)
¡Y no
me podré dormir
sobre
el frío de mi almohada,
porque
un aroma de patio
entra
en mis venas y abrasa!
En el jardín de los poetas.
11ª
PARADA
PATIO
SiN
rejas ni flores.
Corazón de piedra.
Mármol, cal y orden.
Recinto
de bellos
contornos
medidos.
Salón de los cielos.
Columna
de mármol.
Potencia
ceñida.
Ascensión en garbo.
Columnas,
columnas.
Éxtasis de fuerza
en
ansia y blancura.
La
columna anhela
un
peso celeste.
…El
arco se entrega.
La luz
de la arcada
matiza
en sus grados
expresiones
varias:
Arcos femeninos.
Arcos taciturnos.
Religiosos, cívicos.
-
Sabias veleidades:
en el
patio moro
arcos
desiguales.
Pared
blanqueada
en
gozo de líneas
niveladas
claras.
Losetas,
aristas,
escuadras,
enjutas,
se
avienen precisas.
Los
fustes encuadran
un
espacio lleno
de
quietud y calma.
Comunión celeste.
Alberca
del aura
que en
reposo duerme.
Luces
descansadas.
Las
horas azules
por
las losas pasan.
Ya en
esta clausura
puras
jerarquías
de
orden nos inundan,
Patio
en columnatas.
Por la
gracia en arcos
la
belleza canta.
Entre los jardines árabes. Leer tres
poemas en lugares distintos (12,13,14).
12ª
PARADA
CANCIÓN DEL ALMENDRO
BLANCA,
blanca.
¿Se
quedó la luz del alba
en
vilo sobre las ramas?
Canta,
canta.
¿Entonaba
el aire salvas
de
flores y espumas blancas?
¿Será un enjambre parado
con
nieve sobre las alas?
¿Serán las novias del
viento
con
las colas desplegadas?
Blanca
y canta.
Es el
almendro florido.
Amor
de blanco en las auras.
En el
cenador
PARADA
13
ROMANCE
DEL PATIO TRISTE
¡QUÉ angustia de pena
sorda
metida
dentro del pecho!
Es mi
casa y es mi patio,
sin
embargo, tú,¡qué lejos!
Mis
pulsos laten ardientes,
densos
de amor y recuerdos.
Faldilla
negra y volante,
blusilla
de terciopelo,
un
lunar en la mejilla
y otro
lunar en el cuello.
La luz
de la tarde abría
navajas
sobre tu pelo.
¡Carmen
de nombre y olvido!
¡Carmen
de pena y de sueño!
Por
los rincones del patio
Tu
luz, tu vida y tu acento.
Si te
reías temblaban
las
burbujillas del viento.
Pudimos
ser …¡No quisiste!
Ya sólo mi patio tengo
con
cuatro muros de cal
para
enterrar tu recuerdo.
14ª PARADA
COPLAS DE LA AZUCENA
CÁLICES de los
vientos.
Carne
de luna.
Lo
blanco no era blanco
sin tu
blancura.
En el
centro una llama.
Sol
concentrado.
El
aire te acaricia
para
su halago.
Esponsales
celestes
si ya
se funden
en
delicia de vuelo
viento
y perfume.
En la fuente de Mercurio
15ª
LLANTO POR IGNACIO
LLANTO
POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS
Federico
García Lorca.
A mi querida amiga
Encarnación López Júlvez.
1
LA COGIDA Y LA MUERTE
A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco do la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
2
LA SANGRE DERRAMADA
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
3
CUERPO PRESENTE
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas,
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.
Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.
Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.
No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
4
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el rasgo negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque tú has muerto para siempre.
Porque, tú has muerto para siempre
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
A mi querida amiga
Encarnación López Júlvez.
1
LA COGIDA Y LA MUERTE
A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco do la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
2
LA SANGRE DERRAMADA
¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!
3
CUERPO PRESENTE
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.
Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas,
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.
Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.
Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.
Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.
¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.
¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.
Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.
Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen dónde está la salida
para este capitán atado por la muerte.
Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.
Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.
No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
4
ALMA AUSENTE
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el rasgo negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque tú has muerto para siempre.
Porque, tú has muerto para siempre
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
Subida a los grutescos
16ª
PARADA
KASIDA
DE LOS PERFUMES
SOBRE
la rosa que al viento
da su
aroma con desmayo;
sobre
el jazmín que en el aire
cuaja
sus luceros blancos;
sobre
el mirto y la celinda,
la
alhucema y el naranjo,
sobre
todos los aromas,
mujer,
el tuyo en mis manos.
En el estanque de Neptuno
o en el aljibe.
17
PARADA
KASIDA
DEL AGUA DORMIDA
NO es
más que
el agua dormida
en el
cuadro del estanque.
La
velan mis ojos tristes.
La
guardan los arrayanes.
NO es
más que
el agua dormida
¡No la
despiertes!¡No hables!
Sueña con verdes
jardines
que le
corren por su sangre.
Están allí, transparentes,
por
entre el cielo y su carne:
cipreses
de erguido anhelo,
murtas
de oscuros encajes.
No es
más que
el agua dormida,
en el
gozo de la tarde.
Por su
remanso discurren
los
éxtasis siderales.
El
sol, la nube…¡Cuidado!
No
cante rutas el aire.
Este
mundo de delicias
sólo es de paz y
cristales.
Mis
ojos roban encantos
en
profundas densidades.
La
realidad vive en ellas
con
luz, con forma y sin aire.
Naranjas,
cielos, columnas,
mi
rostro y los arrayanes
en el
mundo misterioso
de las
aguas…¿Soy de carne?
¿Qué
normas de transparencias
o de
reflejos astrales
mantienen
silencio puro
estas
hondas claridades?
¿Qué música sin sonido,
del
alma sólo captable,
bajo
el temblor de las aguas
alisadas
por el aire?
No es
más que
el agua dormida.
Los
jardines son su sangre.
Mis
ojos, líquida hondura.
¡Cuidado!¡No
despertarme!
18
PARADA.
Al lado de los
grutescos. Mirando hacia la Giralda.
KASIDA
DE LAS CAMPANAS
YA no
estaré aquí.
Borrado
en la nada.
Pero
cuando suenen,
densas,
las campanas
-campanas
celestes
de
misa del alba,
ángelus de oro,
temblor
de Giralda-;
cuando
al mediodía,
con
olor de albahacas,
ecos y
retumbos
tiemblen
por la casa.
Guardadme
silencio.
Parad
las palabras.
Cauces
de latidos
en la
ausencia larga.
¡Los
muertos!...
¡Los
muertos
oyen
las campanas!
19ª
PARADA
Última PARADA
GIRALDA
Todos
los días crece un poquito la Giralda
con el
riego de las macetas que hay a
sus
pies.
La
Giralda tiene un traje rosa. La Giralda
tiene
un traje morado. La Giralda tiene un
traje
azul. El de plata y piedras celestes para
las
noches de fiestas. La Giralda tiene un
traje
blanco, transparente, que la desnuda
como a
una mujer segura de su gracia, y con
el que
recibe a su amiga la Aurora.
¿Adónde irá la Giralda esa
noche negra
en que
desaparece de Sevilla?
Como a una mujer,
el viento se abraza
a la
Giralda.
Cuando
pasa sobre ella el lucerito que le
gusta, ¡como
estremece, sin que nadie lo
oiga,
toda la platería de sus
campanas de
gloria!
Los
aviadores miran a la Giralda con esa
familiaridad
característica de los que poseen
un
igual secreto peligroso: los secretos del
aire.
Se
asomó San Pedro a un balcón de nubes
y
pregunto:
-Torre
de Sevilla, Giralda, ¿por qué
estás triste?...
-¡Quisiera,
Señor, tener brazos para
acariciar
a las estrellas! -contesto la
Giralda
pensativa.
Cuando
la Giralda tiene que dar alguna
noticia,
envía una paloma blanca.
¿Qué
casa de
Sevilla será la
predilecta
de la
Giralda?
Hay un
día en
que la Giralda se cansa de
Sevilla
y llama a las nubes. Las monta sobre
sus
hombros y juega con ellas, sus falde-
rillos.
Un
minuto antes que nosotros, dice todos
los días la Giralda:
-Buenos
días,
sol
-Buenas
noches, estrellas.
Ese día nublado en que la
Giralda está
más alta que ningún otro día, es que se em-
pina
para ver al sol por encima de las nubes.
Bajó mucho el papel de
la danzarina
Nacha
Nazimowa aquella noche en que se
negó a bailar en el
escenario cuyo fondo,
la
Giralda, aun muerta, pintada, era siempre
la más esbelta y pulida
forma de mujer.
La
Giralda tiene buena sombra.
¿Se ve
en mi estrella, Giralda, desde tu casa
del
aire?
El
viento lleva a la Giralda caricias dife-
rentes.
El viento de los viñedos, una caricia
embriagadora.
El viento de la noche, una
ráfaga misteriosa. El
viento hondo marino,
un
grano de sal para Santa Juana.
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