viernes, 20 de diciembre de 2013

LOS REALES ALCÁZARES RECORRIDO POÉTICO PARA ESCOLARES




JOAQUÍN ROMERO MURUBE
LOS REALES ALCÁZARES
RECORRIDO POÉTICO PARA ESCOLARES



Consideraciones:
-Las poesías que se proponen están relacionadas con las paradas del recorrido principal. Pueden leerse en cualquier otra parada (a criterio del acompañante) e incluso reducirse el número de poemas, o de versos de cada poema.
-Se propone la entrega  del cuestionario a todos los  miembros del grupo, y de un poema por cada individuo (o pareja), que sólo leerá al resto en la parada correspondiente.
-El cuestionario  es muy simple, pues la intención es sólo mantener la atención. Será entregado  al acompañante  tras la visita para su evaluación.
-Puede optarse por hacer el recorrido principal, el recorrido sólo con poesía o seleccionando de ambas propuestas.



A la derecha del patio de la montería,  donde está la placa.

1ª PARADA
FÁBULA DEL NIÑO MUERTO
I
FÁBULA de mi niñez,
en blanco patio!
¡Mi candor, entre columnas!
¡El cielo, en arcos!

¡Los silencios de mi asombro!
¡Mares de mármol!

¡Mi sueño, entre flor y agua!
¡Rumores, tallos!

¡Yo debí morir de niño,
con nueve años!
¡Cuando mi pena era un ángel,
ajena al llanto!
II
No vieron que me moría.
Me dejaron sobre el mármol.
Ya soy de luz, de perfume.
Nadie me busca en el patio.
Creen que me fui por el cielo…

Vivo en blancura de mármol.
En el afán de la fuente,
por ser temblor subterráneo.
En la seda de los tiempos;
en un silencio quebrado
por campanas y latidos
de madreselva o geranios.

¡Creen que me fui por el cielo!
¡Nadie me busca en el patio!

¡Qué pena de ser perfume,
de rumor, de luz, de llanto!
Los niños juegan y ríen.
Los hombres pasan hablando.
¿Nadie me ve?¿No me sienten?

¡Aquí, en el sol, en el ángulo
de los rosales de olor,
mi muerte de nueve años!
¡Cortadme, llevadme adentro,
al gabinete, a los cuartos!
¡Libertadme de este cielo
de columnas y de arcos!
¡Quiero vivir!¿Por qué mueren
los niños de nueve años?
En los coros de la gloria
Falta un niño sevillano.
Está perdido en las luces
finas de los blancos patios.
III
Patio de cal y de estrellas…
La luz de paso.
Patio de luz y de agua…
Rumor temblando…

En Sevilla, milenaria.
Columnas, arcos.
Al salir donde está la columna, y a la derecha.
En el patio de la logia, y yendo hacia el patio renacentista.














En el patio de la logia.
2ª PARADA
JARDÍN ENAMORADO

ERA aquí en el jardín. La misma hora.
Igual hondo perfume entre los bojes
acusando palpable en la mejilla
el paso de la brisa como un roce.

Sobre el silencio de la flor, un  trino.
Y el cristal derramado de la fuente,
que funde en los olores de la tierra
el silencio, la tarde, el aire verde.

Era aquí en el jardín. Lejanos días
en los que vive en éxtasis el alma
ajena y sin cuidados para el mundo,
fiel a su vida y gloria ya pasadas







Al salir del patio renacentista, y hacia la columna de Almutamid; sentados en la escalinata.
3ª PARADA  KASIDA DEL REY ALMOTAMID

POR barrios, torres, murallas…
Por los huertos, por el río…
¡Estoy cansado de luces!
¡Ebrio, sin haber bebido!

Hay una calle de angustias
que es mi forzado camino.
Hay una rara armonía
entre el cielo y mis sentidos.
Hay una mujer-¡engaños!-
en mi impecable delirio.

En los jardines, la sombra
condensa un tibio latido
de amor entre flor y nube
con soledades de trino.

¿Qué es la soledad? Tristeza
del mundo inmutable, fijo,
hermoso ante nuestros ojos
y ajeno a nuestros suspiros.
¿Por qué este sol de verano,
cálido de paraísos,
no se torna oro en mi sangre,
no me enciende en beso, en grito?

Yo presiento el alma, el roce
del instante fugitivo,
y en su delicia se hunde
mi corazón sin alivio.
¿Por qué hay miradas que ahondan
los fondos del turbio instinto?
¿Por qué el amor nos destruye
en un celeste exterminio?

¡Sevilla, furor de sangre
con un corazón de niño!
¡Sevilla, temblor de muros
blancos entre jardinillos!
En tu profunda clausura
busco silencio y abrigo.
Estoy cansado…¡Dejadme!
Cansado de amor, de vinos…
Dejad perderse mis horas
ante un jazmín..
¡Y el olvido!




A la izquierda, antes de bajar las escalinatas donde está la coliumna de Almutamid.
Mirando el patio con los naranjos de espaldera.

  PARADA
FECUNDIDAD

¡CUÁNTA vida en caricia silenciosa
fluye por estas venas vegetales,
cristal con pulso, o sangre perfumada
en el misterio de la flor que nace!

Una fecundidad grávida y pura
-dulce resumen del placer de amantes-
adormece la sombra en los jardines
y abruma, en su latido, nuestra sangre.

Perenne gestación, ritmo materno
de savias que trascalan densidades
para encontrar la carne de delicia
que ha de gloriarla en fruto por los aires.






Al girar hacia la derecha, hacia el estanque. Sentados, dos poemas.

5ª PARADA
JARDÍN ENAMORADO

ERA aquí en el jardín. La misma hora.
Igual hondo perfume entre los bojes
acusando palpable en la mejilla
el paso de la brisa como un roce.

Sobre el silencio de la flor, un  trino.
Y el cristal derramado de la fuente,
que funde en los olores de la tierra
el silencio, la tarde, el aire verde.

Era aquí en el jardín. Lejanos días
en los que vive en éxtasis el alma
ajena y sin cuidados para el mundo,
fiel a su vida y gloria ya pasadas






6ª PARADA
JARDÍN

No es la fuente cuando corre
con cielos de musgo y plata,
ni es la brisa entre las hojas,
ni las aves cuando cantan.

No es la luz quebrada en oros
por el encaje de ramas
sobre la siesta profunda
del arrayán y la malva.

No es el temblor de los aires
al roce puro del ala,
cuando surcan por los cielos
mensajes de plumas blancas.

Es algo que está en la frente
o que por los labios pasa
otorgándonos la dulce
presencia de la esperanza.

Son oros desvanecidos
sobre yedras de murallas,
con un tibio olor difuso
de soledades y savias.

...Es el jardín hecho tacto
sobre los pulsos del alma
cuando la luz de la tarde
brilla, ya muerta, en el agua.

























Siguiendo el recorrido, en la siguiente glorieta.

7ª PARADA

COPLAS DEL VERANO

CUANDO riegan las macetas
en blanca pared,
la cal, en venas de plata,
apaga su sed.

Cuando riegan los ladrillos
por el corredor,
la siesta da su perfume
de sueño y de flor.

Cuando riegan los jardines
al atardecer,
el aire besa, profundo,
como una mujer.




En cualquier sitio

8ª PARADA
CANCIÓN DE HORMIGAS

UN grano de trigo
Veinte toneladas.
Con una ramilla,
Comedor y cama

Hormiga, hormiguero.
Temblor en el suelo.

La señora hormiga
Se va de paseo.
A todo el que encuentra
Su abrazo y su beso.

Hormiga, hormiguero.
Temblor en el suelo.

Flores, barro, paja
trigo, leña, mieles.
Dentro de una aguja
grandes almacenes.

Hormiga, hormiguero.
¿Se volcó el tintero?

Pasaron los hombres
gigantes del cielo.
Cata, cataclismo
por los hormigueros.

Hormiga, hormiguita.
¿No tienes casita?


















Donde está la glorieta con palmeras.

9ª PARADA
PALMERA, AL ATARDECER

SOBRE el vasto jardín que, coronado
de ramas y de flores, resplandece,
línea en el viento, la palmera crece
hacia un cielo en azul empavonado.

Abre en la cumbre de su esbelto tronco
la gloria en rueda de las finas palmas.
unas, al cielo, con anhelo de almas;
otras, rendidas por el viento bronco.

Si el sol se prende sobre las palmeras
- beso final en la rendida tarde-,
sobre el azul sereno en oros arde
la más trémula y blonda cabellera.

Ya palidecen hojas y cabellos
en los umbrales de la noche fría.
Y una estrella tenaz lucha y porfía
por colgar en la palma sus cabellos.



En la glorieta con palmeras y una estatua con forma de cubo.

10ª PARADA  SIESTA DE LA ALBAHACA Y EL ADOLESCENTE

DICE LA ALBAHACA

ESTOY desnuda y penando
sola entre cuatro paredes.
En la siesta del verano
duermen hombres sin mujeres.

Desnuda, verde y desnuda.
Déjame llegar. No hables.
Agosto pleno estaciona
lumbre blanca por las calles.

(El patio en fresca penumbra.
Por el cénit de los toldos
penetra un filo de luz,
columna hirviente de oro.
Los enjambres del verano
zumban en las tejas altas
con rumor de sol batido
entre mieles y entre alas.)

De amores, niño, me muero.
De amores, que no de olor.
Estoy desnuda y temblando
por que me huelas, amor.

Dormirás entre cortinas
de encaje y rumor de agua.
Los ladrillos de tu alcoba
olerán a mejorana.

Te dormirás con un beso
húmedo de soledades.
Seré tuya. Flor de albahaca.
Fuego y caricia en tu sangre.

DICE EL ADOLESCENTE

Esta gran sed de mis pulsos
no me la apacigua el agua,
que hay una sed de la sangre
que no sé cómo se calma.

Me zumban contra las sienes
Voces, pasos y miradas.
¿Cómo será esa mujer
que en la siesta, lejos, canta?

Verano de soledades
En que el sueño se desangra
En un anhelo confuso
De caricia y flor mojada.

(Ya  ha pasado el velonero
de Lucena oro y flama,
tosco arcángel de reflejos
entre brillos y campanas)
¡Y no me podré dormir
sobre el frío de mi almohada,
porque un aroma de patio
entra en mis venas y abrasa!














En el jardín de los poetas.

11ª PARADA
PATIO

SiN rejas ni flores.
Corazón de piedra.
Mármol, cal y orden.
Recinto de bellos
contornos medidos.
Salón de los cielos.

Columna de mármol.
Potencia ceñida.
Ascensión en garbo.

Columnas, columnas.
Éxtasis de fuerza
en ansia y blancura.

La columna anhela
un peso celeste.
…El arco se entrega.

La luz de la arcada
matiza en sus grados
expresiones varias:

Arcos femeninos.
Arcos taciturnos.
Religiosos, cívicos.

- Sabias veleidades:
en el patio moro
arcos desiguales.

Pared blanqueada
en gozo de líneas
niveladas claras.

Losetas, aristas,
escuadras, enjutas,
se avienen precisas.

Los fustes encuadran
un espacio lleno
de quietud y calma.

Comunión celeste.
Alberca del aura
que en reposo duerme.


Luces descansadas.
Las horas azules
por las losas pasan.

Ya en esta clausura
puras jerarquías
de orden nos inundan,

Patio en columnatas.
Por la gracia en arcos
la belleza canta.


















Entre los jardines árabes. Leer tres poemas en lugares distintos (12,13,14).

12ª PARADA
CANCIÓN DEL ALMENDRO

BLANCA, blanca.
¿Se quedó la luz del alba
en vilo sobre las ramas?

Canta, canta.
¿Entonaba el aire salvas
de flores y espumas blancas?

¿Será un enjambre parado
con nieve sobre las alas?

¿Serán las novias del viento
con las colas desplegadas?

Blanca y canta.
Es el almendro florido.
Amor de blanco en las auras.
En el cenador



PARADA 13
ROMANCE DEL PATIO TRISTE
¡QUÉ angustia de pena sorda
metida dentro del pecho!
Es mi casa y es mi patio,
sin embargo, tú,¡qué lejos!
Mis pulsos laten ardientes,
densos de amor y recuerdos.
Faldilla negra y volante,
blusilla de terciopelo,
un lunar en la mejilla
y otro lunar en el cuello.
La luz de la tarde abría
navajas sobre tu pelo.
¡Carmen de nombre y olvido!
¡Carmen de pena y de sueño!
Por los rincones del patio
Tu luz,  tu vida y tu acento.
Si te reías temblaban
las burbujillas del viento.
Pudimos ser …¡No quisiste!
Ya sólo mi patio tengo
con cuatro muros de cal
para enterrar tu recuerdo.




14ª PARADA
COPLAS DE LA AZUCENA


CÁLICES de los vientos.
Carne de luna.
Lo blanco no era blanco
sin tu blancura.

En el centro una llama.
Sol concentrado.
El aire te acaricia
para su halago.

Esponsales celestes
si ya se funden
en delicia de vuelo
viento y perfume.







En la fuente de Mercurio
15ª LLANTO POR IGNACIO



LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS
Federico García Lorca.

A mi querida amiga
Encarnaci
ón López Júlvez.

1

LA COGIDA Y LA MUERTE

A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un ni
ño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo dem
ás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llev
ó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el
óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bord
ón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.

¡Y el toro solo coraz
ón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubri
ó de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ata
úd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su o
ído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mug
ía por su frente
a las cinco do la tarde.
El cuarto se irisaba de agon
ía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gent
ío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

2

LA SANGRE DERRAMADA

¡Que no quiero verla!

Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.

¡Que no quiero verla!

La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sue
ño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura peque
ña!

¡Que no quiero verla!

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sue
ño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontr
ó su sangre abierta.

¡No me dig
áis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me dig
áis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganader
ías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de p
álida niebla.
No hubo pr
íncipe en Sevilla
que compar
ársele pueda,
ni espada como su espada
ni coraz
ón tan de veras.
Como un r
ío de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de m
ármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué buen serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el roc
ío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las
últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezu
ñas
como una larga, oscura, triste lengua
para formar un charco de agon
ía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de Espa
ña!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruise
ñor de sus venas!
No.

¡Que no quiero verla!
Que no hay c
áliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfr
íe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!

3

CUERPO PRESENTE

La piedra es una frente donde los sue
ños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados.
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con
árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises correr hacia las olas,
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya est
á sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acab
ó; ¿qué pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de p
álidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acab
ó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con l
ágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganader
ías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruise
ñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aqu
í no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aqu
í no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aqu
í los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los r
íos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aqu
í quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me ense
ñen dónde está la salida
para este capit
án atado por la muerte.

Yo quiero que me ense
ñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando ni
ña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pa
ñuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete, Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!

4
ALMA AUSENTE

No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu casa.
No te conoce el ni
ño ni la tarde
porque te has muerto para siempre.

No te conoce el lomo de la piedra,
ni el rasgo negro donde te destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para siempre.

El oto
ño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querr
á mirar tus ojos
porque t
ú has muerto para siempre.

Porque, t
ú has muerto para siempre
como todos los muertos de la Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un mont
ón de perros apagados.

No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu valiente alegr
ía.

Tardar
á mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.














Subida a los  grutescos

16ª PARADA
KASIDA DE LOS PERFUMES

SOBRE la rosa que al viento
da su aroma con desmayo;
sobre el jazmín que en el aire
cuaja sus luceros blancos;
sobre el mirto y la celinda,
la alhucema y el naranjo,
sobre todos los aromas,
mujer, el tuyo en mis manos.














En el estanque de Neptuno o en el aljibe.



17 PARADA
KASIDA DEL AGUA DORMIDA

NO es más que el agua dormida
en el cuadro del estanque.
La velan mis ojos tristes.
La guardan los arrayanes.

NO es más que el agua dormida
¡No la despiertes!¡No hables!
Sueña con verdes jardines
que le corren por su sangre.

Están allí, transparentes,
por entre el cielo y su carne:
cipreses de erguido anhelo,
murtas de oscuros encajes.

No es más que el agua dormida,
en el gozo de la tarde.
Por su remanso discurren
los éxtasis siderales.

El sol, la nube…¡Cuidado!
No cante rutas el aire.
Este mundo de delicias
sólo es de paz y cristales.

Mis ojos roban encantos
en profundas densidades.
La realidad vive en ellas
con luz, con forma y sin aire.

Naranjas, cielos, columnas,
mi rostro y los arrayanes
en el mundo misterioso
de las aguas…¿Soy de carne?

¿Qué normas de transparencias
o de reflejos astrales
mantienen silencio puro
estas hondas claridades?

¿Qué música sin sonido,
del alma sólo captable,
bajo el temblor de las aguas
alisadas por el aire?

No es más que el agua dormida.
Los jardines son su sangre.
Mis ojos, líquida hondura.
¡Cuidado!¡No despertarme!

























18 PARADA.
Al lado de los grutescos. Mirando hacia la Giralda.


KASIDA DE LAS CAMPANAS

YA no estaré aquí.
Borrado en la nada.
Pero cuando suenen,
densas, las campanas
-campanas celestes
de misa del alba,
ángelus de oro,
temblor de Giralda-;
cuando al mediodía,
con olor de albahacas,
ecos y retumbos
tiemblen por la casa.
Guardadme silencio.
Parad las palabras.
Cauces de latidos
en la ausencia larga.
¡Los muertos!...
¡Los muertos
oyen las campanas!

19ª PARADA

Última  PARADA
GIRALDA

Todos los días crece un poquito la Giralda
con el riego de las macetas que hay a
sus pies.

La Giralda tiene un traje rosa. La Giralda
tiene un traje morado. La Giralda tiene un
traje azul. El de plata y piedras celestes para
las noches de fiestas. La Giralda tiene un
traje blanco, transparente, que la desnuda
como a una mujer segura de su gracia, y con
el que recibe a su amiga la Aurora.

¿Adónde irá la Giralda esa noche negra
en que desaparece de Sevilla?

Como  a una mujer,  el viento  se abraza
a la Giralda.

Cuando pasa sobre ella     el lucerito que le
gusta,  ¡como  estremece, sin  que nadie lo
oiga, toda la platería de     sus campanas de
gloria!

Los aviadores miran a la Giralda con esa
familiaridad característica de los que poseen
un igual secreto peligroso: los secretos del
aire.
Se asomó San Pedro a un balcón de nubes
y pregunto:
-Torre de Sevilla, Giralda, ¿por qué
estás triste?...
-¡Quisiera, Señor, tener brazos para
acariciar a las estrellas! -contesto la
Giralda pensativa.

Cuando la Giralda tiene que dar alguna
noticia, envía una paloma blanca.

¿Qué casa  de  Sevilla  será  la  predilecta
de la Giralda?

Hay un día en que la Giralda se cansa de
Sevilla y llama a las nubes. Las monta sobre
sus hombros y juega con ellas, sus falde-
rillos.

Un minuto antes que nosotros, dice todos
los días la Giralda:
-Buenos días, sol
-Buenas noches, estrellas.

Ese día nublado en que la Giralda está
más alta que ningún otro día, es que se em-
pina para ver al sol por encima de las nubes.



Bajó mucho el papel de la danzarina
Nacha Nazimowa aquella noche en que se
negó a bailar en el escenario cuyo fondo,
la Giralda, aun muerta, pintada, era siempre
la más esbelta y pulida forma de mujer.

La Giralda tiene buena sombra.

¿Se ve en mi estrella, Giralda, desde tu casa
del aire?

El viento lleva a la Giralda caricias dife-
rentes. El viento de los viñedos, una caricia
embriagadora. El viento de la noche, una
ráfaga misteriosa. El viento hondo marino,
un grano de sal para Santa Juana.


 








No hay comentarios:

Publicar un comentario