UNA BIBLIOTECA MUSEO EN LOS PALACIOS
Nuestro poeta, Joaquín Romero Murube distraía el ánimo sentado a la
sombra que le proporcionaba el pórtico de su casa de recreo, y aquí, en
el deleite del descanso, afloraban al abrigo del silencio roto por el
trinar de los pájaros muchos de sus mejores versos, de sus artículos más
certeros, de sus cuidadas páginas en prosa poética…
¡Qué mejor sitio para recordarlo y adentrarse en el centro de sus
sentimientos leyendo los libros que aguardan, sobre los estantes, el
tacto de unas manos, la caricia de unos ojos escrutadores del misterio…!
Y procurar el descanso a los ojos mientras se adentra la mente en los
veneros del sentimiento de lo leído, circunvalando el estanque con la
mirada en la quietud de sus aguas, con la mirada en los verticales
verdes de los cipreses, en la aguja de palmera que enhebra la madeja del
cielo…; y sentir la humilde casita cual prolongación del real alcázar
sevillano, otro cenador allá, a lo lejos, final de un sendero ya en
medio de las marisma.
La “Huerta de la Noria” se deteriora, languidece y muere poco a poco
ante la desidia de unos, la indolencia de otros y el silencio de los
demás.
Jardín de nombre y olvido!
¡Jardín de pena y sin eco!
¿No habrá nadie que te quiera,
ya no quedan sentimientos?
Desvelar siempre he querido,
quizás, inútil anhelo,
tu palabra conquistada,
el tesoro de tus ecos.
¡Qué angustia de pena muda
anida dentro, muy dentro!
Es tu casa y es tu patio
sin embargo, tú, ¡qué lejos!
Mis venas laten ardientes,
densas de amor y recuerdos.
Dos columnas y tres arcos,
la fachada de tus sueños.
Cangilones de la Noria
que gotean sufrimientos.
En los rincones del alma
tu luz, tu vida y tu acento.
Cuando reías temblaban
las estrellitas del cielo
y los pájaros trinaban
desde los cipreses viejos.
El estanque está vacío,
las frondas exhalan miedo,
las fuentes no tienen lágrimas,
el jardín muere en silencio.
¿No hay ningún alma sensible?
¿No queda algún estamento
que valore la cultura,
el patrimonio de un pueblo?
La ambición de un nuevo rico
busca tu olvido y desprecio,
te amenaza la guadaña
que especula con el suelo.
Huerta añeja del Carrito
de Joaquinito Romero,
quinta de finas columnas
que caerán en silencio.
¿Podremos salvar la Noria?
¿Qué haremos los palaciegos?
Si no alzamos nuestras voces
no quedará más remedio
que tañer nuestras campanas
para enterrar su recuerdo.
¡Jardín de nombre y olvido,
jardín de pena y sin eco,
pobre Huerta de la Noria
de Joaquinito Romero!
(Claudio Maestre)
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